Hemos aprendido a lo largo de nuestra vida que el dolor hay que evitarlo a toda costa, desde niños, nuestros padres movidos por el amor y el inherente deseo de protegernos, quisieran que nunca experimentamos dolor físico o emocional, por lo tanto crecemos sin saber cómo manejar situaciones dolorosas o simples retos cotidianos en los que también se necesita esa resiliencia emocional.
El primer paso para capitalizar el dolor y trascenderlo es cambiar nuestra percepción sobre él y percibirlo como una oportunidad de crecimiento y autodescubrimiento, aprovechar ese aislamiento temporal para provocar un despertar de consciencia.

Cuando decimos aprovechar, quiere decir que es algo que ya nos está sucediendo, no que intencionalmente busquemos situaciones dolorosas, ya que es parte de la vida de todo ser humano, porque sabemos que el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional. Es decir, nosotros decidimos por cuanto tiempo queremos estar ahí.

Esto significa reconocer nuestra capacidad para asimilar lo que estamos experimentando así como nuestras limitaciones para fluir, en tal caso, estar preparados para pedir ayuda si lo consideramos necesario.

Entender que el camino del dolor, es un camino de suelo fértil para descubrir nuestro gran potencial, para crear nuevas creencias y nuevos paradigmas que nos beneficien. Una oportunidad para quitarnos máscaras y filtros que utilizamos como protección en nuestro entorno social, para aceptar que tal vez nuestra vida no es como queremos que otros crean o como nosotros quisiéramos que fuera, una oportunidad para que del dolor que llegamos a creer por instantes no podemos soportar, resurjamos como el ave fénix, desde nuestras cenizas.

Capitalizar nuestro dolor es transformarlo en crecimiento y liberar nuestro poder interno para la vida que queremos vivir, cuando podemos verlo como tal, aprendemos que lo que nos pasa en la vida es el 10% y el otro 90% es cómo reaccionamos. Trascender nuestro dolor es transformarlo en milagros.